Un buen día de finales de 2003, el joyero Johan de Boer, creyó haber tenido una idea genial de marketing. Para celebrar el décimo aniversario de la joyería que tenía en la localidad holandesa de Apledoorn, no dudó en gastar 60.000$ para comprar 200 pequeños diamantes con los que obsequiar a sus clientes. El truco publicitario consistía en que enviaría 4000 cartas, y en ellas, dependiendo de la suerte del receptor, podrían encontrar uno de los diamantes verdaderos o una imitación de circonita.
Lo que de Boer esperaba, y así lo indicaba en la carta bajo el título «¿Eres uno de los afortunados?«, es que la gente asistiese a su local para que les tasasen las piedras y allí supiesen si eran los afortunados poseedores de un diamante o no. En cualquier caso, su tienda estaría rebosante de gente y eso le daría prestigio, y seguramente algunas ventas extra.
El joyero se sentó a esperar, pero el resultado no fue el que él pretendía. Solamente 35 personas encontraron diamantes reales en sus sobres, pero de los otros 165 diamantes, nunca más se supo nada. Parece ser que mucha gente consideró que se trataba de publicidad engañosa, y sin darle la mayor importancia tiró la carta a la basura sin abrirla. Un aténtico tesoro acabó en el basurero.