Aunque bellas por fuera, las sirenas escondían en su interior una gran maldad. Se valían de sus preciosas voces para encandilar y fascinar a sus víctimas humanas, que atraidas por sus melodías, caían en sus brazos para ser devorados. Solo sus huesos quedaban como testimonio de la traición, en las orillas de alguna isla en el Mediterraneo.
Inicialmente, las sirenas, se representaban como una mezcla entre mujer y pájaro, y su existencia estaba asociada con el traslado de las almas de los difuntos al otro mundo. Poco a poco su figura se fue mezclando con las de otras ninfas hasta alcanzar su forma más conocida, que es la de una atractiva mujer con cola de pez por debajo de la cintura.
Este ser mitológico, ha inspirado el nombre una malformación congénita llamada sirenomelia, o síndrome de sirena, que consiste en que el feto nace con las piernas unidas asemejando una cola de sirena. Solo se presenta un caso cada 100.000 nacimientos y más de la mitad de los casos resultan en muerte fetal por complicaciones en los riñones y la vejiga urinaria.