Aunque el verdadero origen del ajedrez se pierde entre la historia de otros juegos procedentes de oriente, como el Chaturanga o el shatranj, existe una bonita leyenda (con versiones ligeramente distintas), que en esencia podría contarse así:
Cierto día, un rico y poderoso señor de la India, se encontraba muy apenado por la muerte de su hijo, en una batalla en la que, al menos, había logrado la victoria. No soportar aquella pena le obligó a pedir ayuda a uno de sus sirvientes, llamado Sisa, que para animarlo le enseñó a jugar al ajedrez. El señor, no solo fue capaz de dejar a un lado su tristeza, si no que comprendió que en una batalla es necesario sacrificar piezas importantes si se quiere vencer, esto le reconfortó y pudo aceptar el sacrificio de su hijo.
Como agradecimiento por aquella lección, le prometió al sirviente cualquier cosa que quisiese, y Sisa pidió la cantidad de granos de trigo que habría sobre el tablero si se pusiese 1 grano en la primera casilla, 2 en la segunda, 4 en la tercera y así se fuese duplicando la cantidad hasta la casilla 64. Al señor le pareció poco y lo concedió, pero cuando hicieron los cálculos, resultó que no había suficiente trigo en todos los reinos conocidos para pagar aquella deuda. Así fue como, aquel señor, aprendió otra valiosa lección.