
De todas las cosas que se le podían ocurrir a Ilse Koch para coleccionar, parece que se le ocurrió lo peor, los tatuajes. Y esto no sería ningún problema si su colección de tatuajes estuviese en su propia piel, pero lo que a ella le encantaba eran los tatuajes en la piel de otros, así que no dudaba en arrancárselos al dueño.
La señorita Ilse Köhler se convirtió en la señora Koch cuando en 1936 se casó con Karl Otto Koch, el que poco después alcanzaría el rango de coronel del campo de concentración nazi de Buchenwald. Allí empezó a mostrar una tendencia orientada al sadismo y la crueldad, que satisfacía haciendo daño a los prisioneros judíos. Una de sus prácticas habituales, era mezclarse entre ellos y golpearles o darles latigazos sin ningún motivo. Incluso en algún caso era capaz de disparar a la cabeza a algún prisionero sin el mayor remordimiento. Todo esto le hizo ganarse el apodo de «La bruja de Buchenwald» o «La perra de Buchenwald«.
La situación de poder de la que disfrutaba, la condujo a comportamientos cada vez más desequilibrados. Se dice que se daba baños de vino, que le traían desde Madeira, o que practicaba orgías lésbicas multitudinarias con las esposas de los oficiales, donde se mezclaba el placer y el dolor.
De vez en cuando, la bruja de Buchenwald, llamaba a varios prisioneros y les pedía que se desnudasen de cintura para arriba. Después de observarlos bien, aquellos que tenían tatuajes eran seleccionados, asesinados, y se les arrancaba la piel para convertirla en forros para libros, pantallas para lámparas o simplemente para coleccionarlos. También usaba pulgares momificados como interruptores, y órganos humanos o cabezas reducidas como adornos.
Cuando la guerra acabó, fue juzgada y condenada a cadena perpetua. Condena que no pudo soportar y acabó suicidándose en su celda, ahorcándose con unas sábanas.
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