Posiblemente este mito empezó como un engaño de los padres a sus hijos para que no comieran muchas chucherías y después los niños lo extendieran sin dudarlo. Lo curioso es que los niños crezcan y sigan creyéndolo.
Además esta mentira suele ir acompañada de una «prueba» que parece irrefutable. Si quemas unos cheetos, o alguna otra golosina, acaba negra, retorcida y con aspecto tóxico. Realmente esto ocurriría con cualquier alimento orgánico.
En definitiva las chucherías no están hechas de petroleo, de plástico, ni de cartón.