En China, al sur del río Yangtsé, en la montaña taoísta de Longhu aparecieron fechados desde el siglo VII a. C. hasta la mitad del siglo XX cientos de ataúdes colgantes. Fueron descubiertos en los años setenta, cuando las puertas de madera que sellaban las cavernas cedieron al tiempo y permitieron el paso a las criptas naturales.
Como están situados en cuevas o en la misma ladera escarpada e inaccesible de la montaña, se desconoce cómo los subieron a tanta altura, 130 metros en algunos casos. Además se construían en troncos de una sola pieza, con lo que el peso podía ser de cientos de kilos. Hay dos teorías, o bien haciendo caminos con tablones de madera por la ladera o desde arriba con un sistema de cuerdas y poleas.
La visión religiosa dice que, así los fallecidos estaban más cerca del cielo y podían subir rápidamente al paraíso protegiendo así a los familiares vivos. La visión práctica es que algunas tribus consideraban que, dada la frecuencia de inundaciones y corrimientos de tierra, colgar ataúdes era la forma más segura de que los muertos descansaran en paz.
Esta costumbre se asocia, sobre todo, al pueblo Bo, aunque no es exclusiva. Hay ataúdes colgantes -colocados por generaciones- en otras provincias de China e incluso en Filipinas, aunque aquí aparecieron apilados sobre la pared de una caverna.